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La familia de Eulogio Guzmán Solano descansa bajo una techumbre de metal en la que resuena el espeso aguacero. El padre, la madre, hijos, nueras y nietos —12 personas en total— pasarán la noche en la Casa del Jornalero de Tlapa, ubicada en la región de la Montaña de Guerrero, y mañana partirán en una camioneta a Yurécuaro, Michoacán, a unos 800 kilómetros y a más de 10 horas de camino.
Originaria de Santa María Tonaya, Tlapa, la familia ha hecho este mismo viaje desde hace 12 años. Entre junio y octubre trabajan en la cosecha de jitomate y chile en Michoacán, y en diciembre vuelven a migrar, ahora a Villa Unión, en Mazatlán, Sinaloa, donde permanecen hasta marzo. El poco tiempo que están de vuelta en Guerrero es para ver cómo su comunidad sigue sin tener agua potable ni drenaje.
Los gobiernos pasan, los partidos pasan, los políticos pasan, y lo único que permanece es la pobreza en la Montaña, donde habitan indígenas del pueblo Na’savi, Me’phaa y Nahua.
“Ahí andamos, hay que buscar de a poquito a poquito, para pasarla, pues, porque, si uno se queda aquí, pues nada”, dice Eulogio Guzmán, que suda y viste una playera sin mangas en una tarde en que la lluvia ha desprendido el calor de la tierra. “Mi señora hace petates, pero esos petates los hace en 2 o 3 días, y para vender por 100 pesos. ¿Qué hiciste? Casi no sale nada. Tienes que comprar las palmas. No se gana nada. ¿De tres días vas a gastar 100 pesos para comer? No sale, pues. Por eso nosotros cada año nos vamos a migrar, a trabajar, ahí sale”.